En un acto que trasciende el tiempo, las ruinas de la antigua Olympia fueron testigos del encendido de la llama olímpica, marcando el inicio de su viaje hacia París para los Juegos de este verano. Este antiguo ritual, impregnado de historia y significado, evoca a los dioses y conecta los Juegos de la Antigüedad con la modernidad, recordándonos la universalidad del espíritu olímpico.
La ceremonia, que se ha llevado a cabo en este sitio sagrado desde 1936, inició con una reverencia al dios Apolo, encarnado en los rayos del sol y en el ideal de la luz. La Gran Sacerdotisa de Olimpia, interpretada por la talentosa actriz griega Mary Mina, pronunció palabras cargadas de simbolismo mientras encendía la antorcha, invocando la protección divina para el viaje hacia París.
Acompañada de otras sacerdotisas y vírgenes vestales, la Sacerdotisa canalizó la energía ancestral en una danza coreografiada por Artemis Ignatiu, que honraba la esencia misma de los Juegos: la competencia, la excelencia y la unidad. Con un gesto solemne, la llama fue entregada al primer portador, el campeón griego Stéfanos Duskos, cuyo espíritu olímpico había sido forjado en las aguas de la competencia en Tokio 2020.
Desde el monumento a Pierre de Coubertin, el fundador de los Juegos Olímpicos modernos, la llama pasó a manos de la destacada nadadora francesa Laure Manaudou, cuyo legado olímpico ilumina el camino hacia París. Este emotivo relevo no solo simboliza la continuidad de una tradición centenaria, sino también la unión de naciones y culturas en torno al espíritu olímpico.
Los discursos del alcalde de Olympia y los presidentes de los comités olímpicos internacional, Francés y griego, subrayaron la importancia de los Juegos como símbolo de paz y unidad en un mundo marcado por la discordia. En un gesto de esperanza y solidaridad, se renovó el llamado a la tregua olímpica, recordando la antigua tradición griega de detener las guerras durante los Juegos para fomentar la participación y el respeto mutuo.
Mientras la llama olímpica emprende su viaje por Grecia, hacia su destino final en París, nos recuerda la trascendencia de este evento deportivo en la historia y en la conciencia colectiva. Durante diez días, el fuego sagrado iluminará cada rincón de la tierra que vio nacer los Juegos, antes de partir hacia Francia en el histórico velero ‘Belem’, simbolizando el espíritu de navegación y exploración que une a las naciones en la búsqueda de la excelencia.
La llama olímpica no solo representa la excelencia deportiva, sino también la unidad y la esperanza en un mundo dividido desde su humilde origen en las antiguas ruinas de Olympia hasta su majestuoso viaje hacia París, cada paso de su recorrido nos recuerda la capacidad del deporte para trascender fronteras y unir corazones. Que su luz continúe brillando como un faro de inspiración y fraternidad para todos aquellos que sueñan con un mundo más justo y pacífico.