Todos el mundo conoce el aspecto de los guardias de la realeza británica. Forman parte de la cultura londinense, pues son tan populares como las cabinas telefónicas rojas, los autobuses de dos plantas o el mismísimo Big Ben. Sin embargo, el uniforme de los guardias de la Reina Isabel II no fueron diseñado para ser estético. De hecho, este tiene una función más práctica, pues fueron ideados como instrumento de batalla contra los enemigos durante el siglo XIX.
Miles de personas que presenciaban la capilla ardiente de la reina Isabel II en Westminster Hall quedaron boquiabiertos cuando un guardia real que se encontraba cerca del féretro comenzó a balancearse, se descompensó y cayó tendido sobre el piso de piedra, a pesar de los intentos de su compañero de sostenerlo sin abandonar su puesto.
De inmediato, otros guardias acudieron en su ayuda. Los espectadores que hacían cola para pasar cerca del ataúd gritaron y se alteraron, por lo que la transmisión de la ceremonia fue interrumpida durante varios minutos mientras al guardia le brindaban primeros auxilios.
Inmediatamente, el video se hizo viral en las redes sociales y surgieron los debates entre los usuarios sobre los motivos de la descompensación del guardia.
El corresponsal de la familia real y editor en jefe de Royal Central, Charlie Proctor, informó mediante su cuenta en Twitter que “el guardia está recibiendo atención médica. Mientras tanto, se llevó a cabo una rotación de la guardia y el público ahora puede continuar caminando junto a la reina”, esto tras una breve pausa en la procesión de la gente mientras auxiliaban al hombre.
Aunque no se supo el motivo de la descompensación, el periodista aclaró que se tomaron medidas para evitar sucesos similares. “Si uno de los guardias se siente mal durante la Vigilia, se le ha dicho que levante la cabeza por tradición, todos deben mantener la mirada en el suelo. Esto alertará al guardia superior y se realizará una rotación”, explicó junto a un video que ejemplificaba el cambio de soldados.
El féretro de la reina Isabel II llegó el miércoles 14 de septiembre al Palacio de Westminster de Londres, donde permanecerá en capilla ardiente durante cuatro días para que los británicos puedan despedirse de su reina, que será inhumada el lunes en un funeral de Estado.
Ocho militares en uniforme de gala portaron el ataúd de la monarca quien falleció el pasado jueves a los 96 años, hasta un catafalco púrpura situado en el interior del Westminster Hall, la parte más antigua del edificio que acoge el Parlamento británico.
El ataúd de la reina Isabel II salió por última vez del Palacio de Buckingham, transportado en un carruaje tirado por caballos y saludado con cañonazos, mientras que el del Big Ben dobló sus campanas cada 60 segundos durante una hora, en una solemne procesión por las calles de Londres decoradas con banderas y repletas de gente que rindió tributo a su monarca.
El rey Carlos III, sus tres hermanos, la princesa Ana y los príncipes Andrés y Eduardo, así como sus hijos, William y Harry, desfilaron detrás del ataúd, decordo con rosas blancas, mientras que la corona de la Isabel II fue posada sobre una almohada de terciopelo morado.
La procesión militar desde el Palacio de Buckingham fue diseñada para subrayar las siete décadas de la reina como jefa de estado a medida que el duelo nacional se trasladaba a los grandes bulevares y lugares históricos de la capital del Reino Unido.
Miles de personas que habían esperado durante horas a las afueras del palacio y otros lugares a lo largo de las calles, levantaron sus teléfonos para capturar el momento, mientras que algunos dejaron salir sus lágrimas, mientras pasaba la procesión. Estallaron aplausos cuando el ataúd pasó por Horse Guards Parade.
El féretro estaba envuelto en el Estandarte Real y coronado con la Corona del Estado Imperial, con casi 3.000 diamantes incrustados, y un ramo de flores con pino de Balmoral Estate, donde Isabel murió el 8 de septiembre a la edad de 96 años.
Dos oficiales y 32 soldados del 1er Batallón de Guardias de Granaderos con uniformes rojos y gorros de piel de oso caminaban a ambos lados del carro de armas. La procesión de 38 minutos terminó en Westminster Hall, donde el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, dirigió un servicio al que asistieron Carlos y otros miembros de la realeza.
“No se turbe vuestro corazón: creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si no fuera así, os lo habría dicho”, leyó Welby del Libro de Juan.
Miles habían hecho cola a lo largo de las orillas del río Thames, esperando su turno para entrar al salón y presentar sus respetos.